Cuando usted está dando una conferencia o hablando en público tiende a buscar “caras” que le den algún tipo de señal sobre si su mensaje llega o no. Inconscientemente buscamos alguna “cara” sonriente o que asienta, y cuando la encontramos, ya no la soltamos. Si por el contrario, encontramos alguien que está dormido, bostezando o disintiendo, es posible que la ignoremos, cambiemos el tono de voz, contemos un chiste o cambiemos la estrategia de la exposición. Eso ya depende de las tablas o experiencia del orador.
En la docencia pasa lo mismo, cuando estamos dando una clase tendemos a buscar alguna retroalimentación por parte del alumnado. Pero existe un gran problema, nuestro alumnado es un público profesional (es lo que han hecho toda su vida), por tanto son capaces de expresar con sus gestos que atienden, pero realmente sus pensamientos están muy lejos del aula.
Otra forma de obtener retroalimentación es por las preguntas que le hace su alumnado, parte del profesorado prefiere dejarlas para el final de la exposición (por eso de que no interrumpan) y otra parte prefiere que se las hagan durante la exposición. Lo cierto es que unos y otros obtienen los mismos resultados: nadie pregunta.
Así pues, las dos formas “naturales” de obtención de retroalimentación, las caras y las preguntas, no suelen propiciarse mucho.
Hay otras formas, “artificiales”, para conseguir dicha retroalimentación, éstas se basan en la utilización de ese apéndice que tiene nuestro alumnado que se llama teléfono móvil. Por ejemplo, puede activar un canal (foro, grupo de chat, red social,….) para dudas, anime a su alumnado a utilizarlo, que vayan poniendo las dudas que surjan y posteriormente las resuelve. Otro método es un Kahoot (hacer una consulta sencilla a través del móvil), por ejemplo después de la exposición de un concepto pregunta si lo han entendido o no. También lo puede utilizar para hacer preguntas sencillas antes de la exposición de un determinado tema, de esta forma sabrá el nivel previo. Estos métodos suelen ser más utilizados, posiblemente por la novedad que representan.
Hay otra forma que no es “natural ni artificial” es planificada. Planifique sus clases teóricas incluyendo un tiempo para obtener retroalimentación de su alumnado. Lo puede hacer de muchas formas: plantee un concepto, ya explicado, de forma errónea y pregunte dónde está el error. Pida a uno de sus alumnos que explique un concepto ya explicado, o que haga un esquema, resumen o destaque las líneas principales. También puede esconder palabras en su explicación (por ejemplo “león azul”) y pregunte cuándo lo ha dicho y en relación a qué.
La retroalimentación planificada no acaba ahí, usted tiene que “corregir” todo lo que el alumnado haga mal. Si un alumno no es capaz de explicar un concepto porque no lo ha entendido, la posibilidad de que el resto de la clase no lo haya entendido es muy alta. Así pues, también, se está produciendo una retroalimentación para el alumnado.
Además de estar trabajando con el recurso didáctico “retroalimentación”, creará hábito entre su alumnado para utilizar dicho recurso.
Añada a sus lecciones magistrales el recurso didáctico retroalimentación, observará que su alumnado estará más motivado y será más reflexivo.
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